sábado, julio 04, 2009

Panamá parte 2: Rambling

A Rosa la conocí en el hostel. Leía algún libro en los sillones de la sala común, sus piernas largas colgando sobre el apoyabrazos. No sé con qué excusa me le acerqué, quizás ninguna. Seguramente la escena fue algo así:
Rosa esta sentada en el balcón del Luna´s Castle leyendo. A su lado hay una silla vacía. Es un día caluroso, como todos los días en Panamá. Quizás esté un poco nublado, aunque aún no llueva. Hay olor a humedad en el aire, más que lo habitual. Me siento en la silla al lado de ella, saco mi bolsita de tabaco (cohiba, cubano), y antes de empezar a rolar le pregunto si le molesta que fume, y no, para nada, así que me armo un cigarrillo. Una de las cosas que siempre me gustaron de los hostels es que no necesitás excusas para hablar con alguien. Tan solo hablás, así, porque sí, porque estás ahí. Los detalles de la charla no vienen al caso. Nos enteramos de muchas cosas el uno del otro (sos antropologa? en serio? que bueno! Si, si, soy traductor... bah, todavía no, pero estoy en eso. Wow, una investigación en Darién por seis meses. Debe ser muy copado. Y un poquito peligroso. Más que nada literatura postmoderna, y tengo mucho interés en la literatura postcolonial.) y no sé bien como terminamos yendo al cine a ver la última de James Bond.
No estoy seguro de cuanto quiero contarles sobre Rosa. Jack Kerouac decía que lo mejor hay que guardárselo para uno, y escribir sobre todo el resto. Así que escribiré sobre el resto, y de lo mejor, apenas les doy este resúmen:
Una semana de charlas y baile y una banda de covers con White Russians y Whiskey y más que nada Ron con Coca, después La Casona de las Brujas, Victoria que me dice que "that girl likes you, and now that you´re here talking to me instead of her she´s going to like you even more". Y finalmente. Después un lindo mes, con fin de semana en la playa incluido, y Rosa Rosa tan maravillosa, y después le tocó irse a Darién, como siempre supimos, y nos despedimos, y una semana después me fui para Colombia. There.
Cómo me fuí para Colombia es una historia interesante.
Mientras aún estaba en el Luna´s Castle me enteré que uno de mis viejos compañeros de laburo iba a renunciar, y su puesto quedaba vacante. Me apuré a escribirle a los dueños y ofrecerme para cubrir su lugar. Mientras esperaba la respuesta, me puse a examinar el mapa del continente. Si ya había llegado hasta acá, no podía volver atrás. Sin duda había quedado mucho para ver, pero siempre habrá algo más, y el tiempo es tirano. Me tentaba mucho la idea de cruzar todo el maravilloso continente americano. Desde México hasta Buenos Aires, todo. Una tierra increíble, sorprendente, por momentos muy ajena pero de alguna manera parte de mí, mi América. Una historia nos une a todos los latinoamericanos. Es la historia de la colonización, de los abusos, del racismo, de la esclavitud, de los gobiernos elitistas, de las dictaduras militares, de los fusilados, los muertos, los desaparecidos, pero también la de los bailes, la majestuosidad, la resistencia, la sabiduría, los huevos, muchos muchos huevos, la alegría inexplicable que viene de una grieta en el suelo, de la Pacha Mama, de la música y el arte y la memoria. Ya había atravesado ciudades de piedra en selvas de troncos enmarañados y hongos brillantes, nadado entre corales abarrotados de patrullas de peces en formación de combate, segregadas por color y tamaño. Había visto urbes de todo tipo, y conocido personajes inenarrables, me acuerdo de Lan, que se me sentó al lado en el viaje de Guatemala a San Salvador. Tenía los ojos del color de la sangre en una película de Tarantino, y me preguntó mi opinión sobre la mejor ruta marítima para llevar un cargamento de Cocaína. Le admití mi completa ignorancia al respecto, y le deseé suerte en su empresa. ¿Y ahora iba a volver? ¿Ahora iba a regresar a México? Si, claro que quería ir a México, pero allá adelante seguía el camino a casa, sí, casa le decía ahora. No quería volver todavía, pero quería volver. Me habían ofrecido trabajo en el Luna´s Castle, era una oferta tentadora, podría haber vuelto con algún billete, pero la idea de quedarme en Panamá no me gustaba en lo más mínimo. Era una linda ciudad, y tengo excelentes recuerdos de ella, pero ya había cumplido su ciclo. Era una ciudad que no me aportaba el estímulo que quería, o al menos yo no pude encontrarlo, pero de cualquier manera ya era hora de irme. Seguir el camino a casa, eso era lo que quería. No tomarme más aviones, cruzar este inmenso continente por tierra, y a lo sumo por mar, pero no, volver no. Cruzar el Tapón de Darién es imposible, pero siempre hay alguna opción, por mar, por ejemplo, preferiría no tener que tomarme un avión hasta Colombia. Una investigación en google me permitió estudiar las opciónes. Al parecer había un avión que iba de Ciudad de Panamá a una base militar chiquitita en el medio de la selva, un lugar sólo accesible por mar o por aire. Ahí uno se podía tomar una lancha hasta un lugar en la costa Colombiana, Capurganá, y de ahí otra lancha hasta Turbo, ya un lugar bien comunicado desde donde podría ir a cualquier parte. Costo total, unos cien dólares, incluyendo alojamientos. Eso me gustaba más. La mayoría se tomaba un crucero de trescientos dólares, que seguro estaba buenísimo, pero era más de lo mismo, mucho gringo pelotudo de Los Ángeles (perdón a la gente de L.A., lo mío es puramente estadístico), mucho alcohol, y también mucho comfort, y probablemente nada de aventura, sí, porque yo quería alguna aventura, algún pequeño riesgo, no soy Indiana Jones pero tampoco me gusta que me lo hagan demasiado fácil, ah, te tomás un crucero muy lindo, y vas a las Islas de San Blas, que seguro están bárbaras y son un paraíso, y después te lleva a Cartagena que seguro es hermoso. Ok, copado, pero era mí viaje, y yo quería hacerlo más artesanal que eso, y descubrir otras pequeñas maravillas que ellos nunca verían.
Compré el próximo pasaje de Air Panama disponible, casi una semana después.
En mi última semana en Panamá conocí a un argentino que vive en Miami, Martín. Un fenómeno que estaba muy contento de tomar mate con un compatriota, y que estaba con una mina amiga de Julie (Julie fue una gran compañera de mi tiempo en Panamá), Denay. Aproveché para hacer el turismo que me faltaba, compré un par de pilchas, junté algún mango con clases de español, y comí algunas veces más en el Café Coca Cola, y llegó el miércoles y me fuí para Colombia.

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