martes, enero 20, 2009

Panamá parte 1: La ciudad misteriosa

Ok. Panamá. Uf... esto es más difícil de lo que pensé. Ciudad de Panamá no fue solo un destino más en mi camino, fue el punto de inflexión, una bisagra que marcó un antes y un después en el viaje, y por consiguiente un antes y un después en mi vida... Y no es que haya sucedido nada realmente impresionante, quiero decir, no hubo invasiónes extraterrestres o atentados terroristas, no hubo cambios repentinos de suerte, no gané fortunas en el casino ni me quedé en la más absoluta pobreza. Pero los acontecimientos de Panamá tuvieron en mí un efecto psicológico duradero, la gente que conocí ahí dejó marcas duraderas, y la ciudad, que en realidad no me gustó tanto en sí, quedó en mi memoria marcada a fuego, porque una ciudad es la gente que uno conoce y las cosas que uno vive allí. Sin eso es un montón de piedras muertas con esqueletos de metal frío.
Es entendible, entonces, que a la hora de sentarme y escribir sobre esa ciudad, esa experiencia, ese momento de mi vida, se me anuden los dedos y los conceptos no terminen de tomar forma de palabras.
Después de un viaje en bondi que no merece mención especial, llegamos a la terminal de Allbrook, y de ahí tomamos -Juanlú, Ana y Yo- un taxi hacia un hostel que a ellos les habían recomendado, el Luna´s Castle. Era de madrugada, y la recepción aún no estaba abierta, pero el guardia de seguridad nos dejó acostarnos a dormir en el cine, que consistía en una habitación grande y oscura con varias gradas y almohadones, y una pantalla en la que, durante el día, se podían ver películas, previa selección de las mismas en un listado. Estaba preparandome para dormir un par de horas en ése lugar, cuando una chica borracha con pelo loco me pidió un cigarrillo. Le dije que no tenía, pero que podía armarse uno con mi tabaco cubano. "¡Mejor aún!", se entusiasmó. Le pregunté de donde era, y declaró ser de "la nación del tercer piso, última puerta a la derecha." Después se fue, no se a donde, quizás a su país exótico del piso de arriba. Ése fue mi primer encuentro con Victoria.
Al día siguiente conseguimos un cuarto, y salimos a recorrer la ciudad. El Luna´s Castle está en el Casco Viejo de Panamá, que es, como el nombre indica, la parte vieja de la ciudad, y es al mismo tiempo una de las partes más peligrosas, y una de las más densamente vigiladas. Muchos panameños no entran, pensando que es un lugar al que mejor no ir. Pero ahí mismo está la casa presidencial, y el teatro nacional, y muchos, muchos policías con chalecos antibalas y armas enormes y caras de jodidos que te dicen que mejor no sigas en tal o cual dirección porque no garantizan tu seguridad si lo haces.
Algunas de las casas antiguas del Casco Viejo estan recicladas y ahora son hoteles de lujo o restaurantes o bares. Otras están semi en ruinas, y sus ocupantes cuelgan sus ropas de las barandas oxidadas de los balcones, le gritan cosas a los que pasan (especialmente a las mujeres, un deporte nacional en Panamá) y aturden con el reggaeton a máximo volúmen. El barrio en general recuerda un poco a La Havana, o al menos a la imágen que tengo de La Havana, porque nunca fui a Cuba y no sé en verdad cómo es. Pero digamos que si me imagino a La Havana, me la imagino más o menos parecida al Casco Viejo.
Después de deambular unas horas, volvimos al hostel. Desde el balcón se veía la parte más nueva y cara de la ciudad, con sus edificios ultramodernos. Son monstruos de hormigón, cristal y hierro, de color y estilo Miami, pero vacíos. A la noche, las torres no se iluminan más que en una o dos ventanas. Son fruto del crecimiento económico de los últimos años, y del ansia por parecerse a Estados Unidos, pero tan nuevos son que aún nadie compró esos pisos, y muchos ni se encuentran terminados. Caminar por esa parte de la ciudad es como deambular por un pueblo fantasma, sólo que en lugar de las casitas de madera y las calles de tierra hay rascacielos y avenidas vacías. Pero eso no lo sabía aún en ese primer día de caminata, sólo había cmiando por las calles del Casco Viejo y los rascacielos del otro lado se me hacían misteriosos y atractivos, me imaginaba muchísimas cosas para descubrir entre esas torres y calles, y mi primera impresión me dijo que 3 o 4 días no serían suficientes para conocer el lugar en el que estaba.
Esa tarde, volví a ver a Victoria, esta vez trabajando en la recepción. La reconocí por su peinado inconfundible. Es como si hubiera tenido un shock eléctrico mientras se ponía gel. Pirinchos y mechas y brillo. No sé si mi descripción suena bien, pero todo esto producía un efecto bastante original y agradable a la vista. Había por ahí un cartel que decía "you have a bad haircut, that is clear. Get it done right by Victoria´s shears." Si, la misma de la que hablo, que además de trabajar en recepción daba cortes de cabello a todo el que quisiera (y a algunos que no). Trabajaba en el hostel a cambio del alojamiento, lo mismo que unos cuantos otros del staff.
Juanlú y Ana se fueron al día siguiente, rumbo a Buenos Aires. Los días siguientes me dediqué a conocer un poco la ciudad. Más caminatas por el Casco Viejo, excursiones a otras zonas de la ciudad y la infaltable visita al Canal de Panamá, que no impresiona demasiado a menos que uno piense muy fuerte en todo lo que demandó hacerlo y la fecha en que se construyó. Pero sin este esfuerzo mental, es un canal, nada más.
En esa primer semana me agarró el día de la independencia de Panamá, con un megadesfile en la calle y muchísima gente de fiesta. La ciudad pintaba bien... había historia y modernidad, música en la calle, buenos precios, ropa barata y hasta un sombrero genial, comprado en la Avenida Central, que sirvió para reemplazar a los sombreros perdidos en el viaje. Adopté como frase esa semana "sombrero nuevo, vida nueva", y me ofrecí en el hostel a dar clases de español. Quería tomarme el tiempo de descubrir esa urbe, y ese curro me pareció ideal. Hablé con el dueño y finalmente llegué al siguiente arreglo: tres clases semanales gratuitas a cambio del alojamiento gratis, y una comisión por cada clase que vendiera.
Y así, de manera casi natural, cambiaron todos mis planes. Ya no volvería a Ciudad de México a trabajar. Ya no volvería a Centroamérica, ni pasaría por Estados Unidos. De hecho, no sabía ya cual iba a ser el próximo paso. Sólo sabía el presente, y el presente estaba en Panamá. Las ramificaciónes e implicaciónes de esta decisión se extendían en todas direcciónes a través del tiempo y el espacio, miles de puertas se cerraron para siempre, y miles de otros caminos desconocidos aparecieron, y esa complicada red de implicancias y posibilidades comenzó a forjar el futuro desde el cual escribo.

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