martes, agosto 25, 2009

De cómo crucé la frontera entre Panamá y Colombia, parte 2: Olas grandes y el Hong Kong del Caribe

Capurganá es un destino turístico para los Colombianos. Salvo los pocos extranjeros que hacemos el cruce de frontera por ahí, solo hay Colombianos van a pasar sus vacaciones, y los inevitables habitantes del pueblo. Es un lugar chico, pero que tiene su buena dosis de alojamientos baratos y bares. La luz eléctrica se usa solo durante el día, y por la mañana un sonido anuncia el regreso de la electricidad para los queaceres cotidianos. Hay: playas blancas, cocoteros, barcitos frente al mar, comida callejera (todo muy caro, claro, es para turistas), selva ahí nomás, ningún camino, barquitos y lanchas que atracan en el muelle, una pista de aterrizaje porque ahí se llega por mar o por aire, un cielo de estrellas, calor, brisa del mar, agua de coco, cumbia en la playa, y la memoria no me debe traer en este momento los olores, aunque quizás, si, el olor a grasa de las arepas, y la fritura, y el aire de mar, el olor a arena, a humedad en el ambiente, a sal, a algas, a trabajadores, a pescado, a polvo.
Hicimos (Steve, yo, y un colombiano del que no me acuerdo el nombre)el paso por migraciones, donde nos hicieron varias preguntas. Había carteles por todos lados con caras de miembros de las FARC y recompensas para los que aportaran información. Había militares camuflados inútilmente. Al colombiano del que no me acuerdo el nombre lo tuvieron bastante porque parece que no los podía convencer de que no era el criminal que buscaban que se llamaba igual que él. No creo que lo fuera, pero por un momento pensé que quizás si, pero no. Lo dejaron entrar a Colombia nomás, y los tres nos conseguimos un alojamiento barato para pasar la noche.
Al día siguiente tomamos otra lancha, esta vez bastante más grande que la otra, para ir a Turbo. El viaje empezó más o menos igual. Olas grandes, algo de viento, golpes en el culo. Pero las olas son cada vez más grandes. La embarcación se levanta y apunta al cielo, y vuelve a caer muy fuerte y salpica para todos lados, y yo, flor de pelotudo, me siento casi adelante de todo, donde más golpea. No me queda otra que tratar de disfrutar la adrenalina (o noradrenalina, como me explicará un médico meses más tarde). Es un viaje de unas dos horas galopando sobre las olas. A la izquierda está el mar que se extiende infinitamente, y a la derecha, la costa rocosa y selvática. Cada tanto un barco, lejano. Pasa alguna avioneta. Pasamos Punta Tiburones, que se llama así porque está lleno de tiburones, sin que las olas nos sirvan como alimento, rebotando frenéticamente.Ya nos acercamos a Turbo, y veo ramitas flotando. Una rama tiene a un pájaro encima, navegando. Esos regalos de la vida.
Pasamos un control de Prefectura, damos una vuelta, y ya estamos llegando a Turbo. Nos dirigimos hacia el puerto, y pasamos entre todos los barcos que están anclados a su entrada. Barcos de madera pintados con colores, con sogas de ropa colgada, con gente viviendo, supongo. Montones de barcos entre las aguas sucias. Hay barcos a vela, y a motor, hay lanchas, hay caras curtidas. Como Hong Kong, pero del Caribe.
El colombiano del que no me acuerdo el nombre me había dicho que Turbo no era muy seguro porque "estaba lleno de negritos". No le dije que era un forro racista, sólo le dije que en todo caso debía ser peligroso porque había pobreza, pero no creo que mi explicación lo haya convencido mucho, y no me esperaba mucho de todas formas. Efectivamente, la población de Turbo es mayoritariamente negra, lo cual para mí es siempre una ventaja, y me pasaba moviendo la cabeza de un lado al otro pispeando colombianas. Muchísima gente iba y venía, ofreciendo transportes, llevarte la mochila, y qué se yo qué más.
En la estación de autobuses conseguimos un auto (de la misma compañía) que nos llevaba (al Colombiano del que no me acuerdo el nombre, a un chico de unos 11 años, y a mi) a Medellín por el mismo dinero que un bondi pero más rápido y con más probabilidades de pasar por los derrumbes de camino que le impedían pasar a los transportes grandes. Apenas una hora después de desembarcar, estaba en el auto, camino a Medellín.