sábado, abril 15, 2006

Estereotipos for sale

En la semana que pasé en Paris vi de todo. Mujeres de labios carnosos, hombres con jopo, negros con pantalones de cuero ajustados (muy), algún que otro hippie, viejitas iguales a las de cualquier otro lado, y hasta un jóven de pelo largo encremado, maquillaje gótico y una espada en la cintura. Pero lo que no ví es una persona con una de esas boinas que vendían frente a Notre Dame, cerca del Arco del Triunfo, en Trocadero, o bajo la Torre Eiffel. Tampoco había gente con remera a rayas y tiradores, ni investigadores en blanco y negro con gabardina, que piensan y sus pensamientos se escuchan por todos lados. Lo único medianamente estereotipado que vi, es una mujer con las axilas mal depiladas, pero incluso así, fué solo una.
"Típico de París"- me dijo el vendedor, señalando la boina azul."Yo no vi a nadie usándolas" - le respondí. "Es que es típico, pero no se usa". Me quedó clarísimo. El concepto de típico es el mismo en todo el mundo.

La cola para entrar a Notre Dame era larga, pero no exagerada. Luego de un breve diáologo con uno de los tantos vendedores de memorabilia francesa, entré a la imponente catedral gótica. Allí, un grupo de turistas orientales (desconozco su nacionalidad... diría que japoneses, pero de puro prejuicio), todos muy juntos, le daban luz a las altas bóvedas de la iglesia con los flashes de las fotos que sacaban. Eran el perfecto estereotipo del ponja fotógrafo que quiere registrar para la posteridad hasta la cagada de una paloma. Las maravillas de la tecnología nunca dejan de sorprenderme, y en aquella ocasión mi asombro fue ante los primeros celulares con cámara que ví en mi vida. La legión de del este los ostentaba, enviando sus fotos por mail, o hablando con algún familiar lejano sobre la foto que acababan de sacar, pero siempre velozmente, sin demorar en nada (ni naide) mas que unos segundos. Seguían sacando fotos, y fotos, y fotos. Sus movimientos parecían coordinados, desplazandose en grupo, nunca demasiado separados uno de otro. Finalmente, creyendo agotadas las opciones que aquel recinto les ofrecía, se alejaron tan raudamente como habían entrado, tan colectívamente como habian circulado dentro. Todo no les debe haber llevado mas de 5 minutos. Se fueron con sus ojos vacíos y sus camaras llenas, esperando poder ver, en la comodidad de sus casas, todo aquello que miraron solo a traves de la lente, y sin haber estado nunca en Notre Dame.


Me habían dicho muchas cosas sobre Francia, y especialmente sobre los franceses. Que si les hablás inglés no te contestan, que te tratan siempre mal, que si no hablás bien francés te putean, y que se yo cuantas cosas mas, así que cuando llegué estaba un poco asustado. Con mi escueto francés intenté pedir direcciones, un poco de ayuda, y me preparé para las miradas reprobadoras, los silencios impenetrables, la inescrutable barrera francoparlante. "Excusez Moi, ou est le bus quatre vingt onze?" Pregunté a un señor en un puesto de revistas. No entendí la respuesta,pero vi la dirección que la mano indicaba, y mas importante, capté la sonrisa cálida que me dirigió.
La semana siguió su curso, yo continué usando mi fancés paupérrimo, e incluso me aventuré a hablar en inglés (siempre utilizando la frase de cortesía "Je ne parle pas Français; vous parlez anglais?"). La respuesta fue siempre mas o menos la misma: Nadie se deshizo en halagos ni me trató como un dios venido a la tierra, pero sin duda que me trataron con cortesía y buen humor. Nadie me insultó, nadie me dirigió miradas reprobadoras, nada de lo que los que nunca habían viajado a Paris me habían dicho. Finalmente, tuve que rendirme a la evidencia, y admitir que la gente dice muchas boludeces.