jueves, febrero 15, 2007

Parte I: Salta la Linda

Cuando llegué a Salta estaba lloviendo. Mal augurio, pensé mientras caminaba hacia el Hostel mas barato (15 pesos) que encontré. Resultó ser una pocilga, así que terminé en uno 5 pesos mas caro, y bastante mas agradable. De ahí en mas, me dediqué a esperar la llegada de Gonzalo. Gon (como me referiré a él de ahora en mas) tomó un bondi 15 minutos después que el mio, que debía llegar unas 4 horas despues que el mio, y que terminó llegando unas 6 horas despues que el mio. En el interín, recibí un mensaje de Anita, una salteña amiga de mi viejo, que me decía que tanto Gon como yo podíamos quedarnos en su casa. Como ya había pagado el hostel, nos mudamos a su casa al día siguiente.
Una vez que llegó Gon y que nos instalamos en el hostel, salimos a dar unas vueltas por la ciudad. A la noche, pasamos por el restaurant de Fernando, pareja y futuro marido de Anita. Nos recibió muy bien, y nos invitó a probar algunas de las comidas que sirven. Fué, lejos, la mejor comida de todo el viaje: Empezamos con una picada de fiambres caseros, bien naturales y sin conservantes. Después, unas tortillas con queso que se sirven con polenta blanca (a modo de pan), un plato típico de la región de Friuli, en Italia (el restaurante, Macadam, se especializa en la cocina de esa parte del mundo). Como plato principal siguieron unos bastones de pollo sobre colchón de verduras (exquisito) y de postre un tiramisú. "No, yo no puedo comer mas nada", dije sinceramente. Pero después probé un bocado, y terminé devorando velozmente ese glorioso tiramisú. Ya sabía lo que ocurriría, pero de todos modos hice mi parte y le pregunté a Fernando cuanto le debíamos. Como actores que siguen un guión, todos sabíamos nuestros diálogos a la perfección, por eso supe que tampoco debía insistir demasiado cuando me respondió que nada, que nos estaba invitando. Me limité a agradecer, muy sinceramente, tamaña hospitalidad. De ahí fuimos a una peña, aunque no estuvimos mucho. Se hacía tarde, y estabamos cansados...
Al día siguiente recorrimos un poco mas el centro de la ciudad. "Salta la Linda" le dicen, y con mucha razón. Una ciudad bellísima, y que mantiene con elegancia su pasado colonial. La Basílica de San Francisco es una de las iglesias mas lindas que he visto, y una de las pocas que no me aburrieron en los últimos años (en una época me gustaban mas, pero llega un punto en que todas las iglesias son iguales, y ya ni su mas asombrosa arquitectura logra asombrar), y la visita guiada, a cargo de su anciano sacristán, fue muy agradable. Al mediodía nos mudamos a casa de Anita y Fernando, y conocimos también a Celina, hija de Anita (con una peluca que la hacía parecerse extrañamente a Fran Fine, y que después se quitó y volvió así a la normalidad), a los 5 gatos y a los dos perros. Esa tarde fuimos a la Quebrada de San Lorenzo. La naturaleza nos regaló sus aromas y su agua fresca. Caminamos entre las piedras y el agua helada. Fernando hundió su cabeza en la corriente, y acto seguido Gon estaba haciendo lo mismo. "En Roma haz como los romanos" dijo Gon. En Salta, como los salteños, supongo aunque no creo que todos los salteños vayan hasta San Lorenzo para sumergir su cabeza en las aguas. De todas formas, yo también lo hice, y ya mucho mas frescos, regresamos.
Los siguientes dias estuvieron marcados por la gran hospitalidad de nuestros anfitriones, y por la belleza de la ciudad. Visitamos el Museo Arqueológico de Alta Montaña, que pronto albergará unas muy bien conservadas momias encontradas en el volcán Lullalliaco (tan pronto como esten listos los compartimentos espevcials que estan preparando) y que por el momento tiene restos arqueológicos Incas, y otra momia no tan bien conservada pero no menos impactante. Un gigantezco grupo de franceces entorpeció un poco la visita al museo, pero aun así lo disfruté mucho.
Subimos también al cerro San Bernardo, por una interminable escalera que al final terminó donde terminan las escaleras, o sea, arriba de todo. El descenso lo hicimos por la ruta, y en un intento de cortar camino, nos cortamos las manos con las piedras al caer rodando (yo, al menos) por la ladera del cerro. Gon, viendo lo que podía acontecerle, bajó sentado y ayudándose con las manos. Se cortó también, pero al menos se vió mas decoroso. En este mini periplo nos acompañó un salteño cuyo nombre ahora no me viene a la mente. Si lo recuerdo, lo voy a intercalar en el medio de algún otro relato.
Luego de ese tiempo en Salta, partimos hacia la mítica Quebrada de Humahuaca. El viaje recien comenzaba, y el futuro se desplegaba, en todo su misterioso esplendor, frente a nosotros.

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