miércoles, septiembre 03, 2008

Que onda, Güero (dijo Beck)

Hoy a la mañana se fue Laura. Hoy al mediodía perdí mi sombrero. A veces hay que aceptar las pérdidas. Quizás sea apropiado perder el sombrero que a ella tanto le gustaba, como símbolo de un nuevo comienzo. Pero no, las pelotas. Era un buen sombrero. Una boina, mejor dicho. Bastante gastada y un tanto sucia, la boina que me había regalado mi abuelo. Me quedaba bien. Y me hacía pensar en él, como si llevara algo suyo a hacer cosas que el nunca hizo, y andá a saber si alguna vez se le cruzó por la cabeza hacer. La cosa es que ya no está, y Laura tampoco, pero yo sí, en este momento frente a una computadora en la Ciudad de México escribiendo unas líneas sobre lo que pasó en los últimos días.
Una elípsis, o varias, por acá y por allá. Especialmente en lo concerniente a Laura.
Seré clásico, pero me gusta empezar por el principio. Bueno, eso del principio es imposible, o al menos tedioso, así que voy a empezar con el momento en que me subí al avión en el aeropuerto de Ezeiza, a las 6:30 AM del 29 de Agosto.
El viaje fue largo y tedioso. La escala de 5 horas en Lima se hizo sentir, mi cansancio (que ya venia de la noche anterior sin dormir y la anterior a esa con 3 horas de sueño, mucha joda y mucho estress posterior)era terrible, y para colmo en los dos primeros aviones (fueron tres en total) tuve bebés llorando en el asiento de al lado.
Llegué de noche, tarde, y tomé un taxi hasta el hostel. Había una cabina donde se ofrecian taxis, y habia unos tipos diciendo "taxi taxi", asi que primero les pregunte a ellos y me dijeron que mi viaje saldria 320 (unos 32 dolares). Me resultó excesivo, y consulté en la cabina. "150 pesos." Eso tambien es bastante, pero es de lo mejor que puede esperarse en el aeropuerto.
Esa noche me dediqué a reponerme del cansancio. Al día siguiente pasé a buscar a Laura y anduvimos por la Zona Rosa, que es una zona bastante cheta de la ciudad. En ese primer dia, me sorprendieron los olores. El smog esta en todas partes, y te hace moquear y al principio, da un poco de ardor en la garganta. Por todos lados, en la calle, hay puestos de vendedores de comidas, que tienen un nombre pero no me lo acuerdo. Ahi se venden todas esas cosas que uno espera que se vendan en Mexico. Tortillas, tacos, tortas (que en realidad son sanguches, pero les dicen tortas), y un monton de cosas más. Hay olores a frituras insoportables, a picantes tentadores, a comidas deliciosas y a patadas al higado. Todo el mundo come ahi, por poco dinero, desde muy temprano a la mañana.
Lo primero que pense, entonces, era que Mexico era una ciudad que se experimentaba con el olfato.
Esa noche terminó con una de esas charlas que a veces es necesario tener, pero que como tantas otras cosas, queda fuera de este relato.
Al día siguiente anduve por el Zócalo, y la ciudad también me estmuló la vista, y en que manera. Las construcciones, imponentes, son muy españolas y antiguas, unos quinientos años diria yo. Todo estaba lleno de gente, reunidas en la plaza decorada con motivos del festejo de la independencia, y habia un escenario con bandas y otros espectaculos. A la derecha (desde donde yo miraba) de la Catedral están los restos del Templo Mayor. Resulta que la Ciudad de Mexico alguna vez fue Tenochtitlan, capial Azteca, y justamente la parte que es el centro de la ciudad ahora es la parte que era el centro de la ciudad en aquel entonces. El Templo Mayor es donde se encuentra, segun los Aztecas, el centro del universo. Ahora quedan restos derrumbados y partes recuperadas y un museo y, justo afuera, mucha gente vestida con taparrabos y plumas y dibujos de calaveras danzando y limpiando auras y vendiendo artesanias. Los tambores y los sonideros de pezuñas son el soundtrack del lugar, o uno de ellos, porque Mexico es una ciudad con una banda sonora constante. Todo negocio tiene su música a un volúmen altísimo, generalmente música horrible.
Laura y yo debíamos ser un duo extraño, yo tan blanco y ella tan negra, porque la gente nos quería sacar fotos. A los dos, a ella sola y a mi solo. Me enteré que soy un güero, un blanco, y que tengo que acostumbrarme a que llamo la atención, al menos de vez en cuando, tampoco es que paso caminando y todo el mundo se vuelve a mirarme, pero es raro sentirse que uno atrae miradas curiosas aquí y allá.
La gente camina lento en el centro. En Baires se camina rápido, uno va a donde tiene que ir casi frenéticamente, y el que no obedece esta regla es maldecido en la cabeza de los que siempre tiene que estar en un lugar que no es donde están. Yo soy en general uno de esos, y es difícil aceptar el ritmo más calmo de la ciudad.
Esa noche llegué a la casa de Cora, amiga de un amigo que me recibió como si fueramos amigos nosotros de toda la vida, y con quien nos entendemos, y uno no siempre se entiende, uno acepta, o escucha, pero entender es otra cosa que esta buena.
Me pasé el lunes visitando la Basílica de Guadalupe, algo que me habría producido emociónes fuertes si aún fuese el Católico que era, pero ahora que no lo soy me pareció simplemente un lugar hermoso, una especie de parque de atracciónes, porque es un complejo de iglesias y santuarios en la ladera de una colina, dedicados a celebrar cómo un indígena llamado Juan Diego se encontró con la Virgen María y ella le dijo que había que construir allí mismo un templo y como prueba le hizo un estampado muy bonito en su túnica, que ahora puede verse por todos lados como símbolo mexicano. Pero parece que, o no lo construyeron donde María dijo o María no indicó bien el lugar, o simplemente el arquitecto era inepto, no lo sé, pero esta iglesia tan grande y linda que debía cobijar el manto sagrado éste en cuestión se está hundiendo. Está torcida y llena de andamios que no permiten la entrada.
A la izquierda está la iglesia nueva, que tiene forma de carpa de circo gigante, y afuera, en el patio central, un escenario que repetía canciónes cristianas en el formato más odioso que pudieron encontrar y al volúmen más ofensivo posible, y esa música se mezclaba con la de la feria de al lado, no tan fea pero que le daba en el palo, y el resultado era una cacofonía que no podía ayudar a nadie a rezar nada, me pareció a mí (o al menos me sorprendió que alguien pudiese en esas condiciones). No resulta sorprendente que me haya agarrado un flor de dolor de cabeza, porque además esta ciudad está bastante alta y esa parte aún más.
Esa noche descansé tanto como pude, y al día siguiente fuí a Teotihuacán.

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